lunes, 3 de noviembre de 2014

Una amiga me regaló una libreta roja, el objetivo: convertirla en un inventario de azares. En muchos relatos de Auster, casi todos vinculados con lo fortuito, aparece un cuaderno rojo (a veces azul). En 1996 el mismo autor publicó un libro titulado así, El cuaderno rojo, se trataba de un compendio de anécdotas vinculadas con el azar. Situaciones que no debían darse, gente que supondríamos no podría conocerse, coincidencias y encuentros fortuitos. La improbable se vuelve realidad, de ahí el asombro. Por alguna razón, creemos que el orden de los eventos está dado y cualquier imprevisto o vínculo no supuesto debe impactarnos.
Siempre me he sentido un “imán de azares”, una víctima constante de las casualidades. Escribir en  mi propio cuaderno/Moleskine rojo(a) suponía un trabajo sencillo.
Empecé:
Inventario de coincidencias, fragmento. (aleatorio)

Caminamos por Lisboa, los dos volvimos a México. Después, nos hemos encontrado tres veces, siempre en el mismo lugar.

Lo vi en un Golf blanco cerca de mi casa, placas de Jalisco. Era compañero de clases de mi ex novio, lo odiaba. Se hizo mi novio.

Escribió una novela sin conocerme. El personaje tenía mi nombre, mi signo, mi pelo y no sonreía en las fotos.  Era yo, sin querer.

La coincidencia parecía inadmisible, la lejanía contrapuesta a una absurda cercanía. Sigue siendo mi anécdota favorita.

Conocí al que probablemente sea el único AnnArboriano en el D.F. Fuimos a la comida china y descubrimos que estudiamos en el mismo kínder (en México).

No supe cuáles eran los suficientemente sorprendentes para incluirlas, cuáles habían sido casualidades reales y cuáles decidí narrar como tales. Quizás hay algo emocionante en pensar que nos cruzamos en el ritmo aleatorio del cosmos, que hay eventos que nos atraviesan por accidente, y se repiten, para recordarnos que el caos es el orden.

Mi cuaderno rojo tiene pocas muy páginas escritas. 

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