martes, 17 de junio de 2014

motu proprio

Expropiación de libros... eufemismo estúpido más bien robo.

Esta frase me la escribió Mariano Villegas. 
Hace muchos años en un mail que ya no existe pero que todavía recuerdo.

¿Qué era la expropiación de libros? 
Los Sanborns de la ciudad de México cierran a la una de la mañana. Cierran a esa hora por el bar pero toda la tienda está iluminada y al menos hasta las 12:30 todavía hay gente en la parte de las revistas, todavía hay gente viendo libros en la nunca pretenciosa librería del Sanborns.
Pero ¿qué venden en la librería del Sanborns?
Uno pensaría que sólo están los libros comerciales, los más vendidos, editorial planeta, el horóscopo chino, la edición barata de Madame Bovary. 
Pues no. Hay buenos libros. Si uno busca busca busca, encontrará ediciones comentadas de Rayuela en editorial Cátedra.

En ese momento era 2004.
Esperábamos que diera la última media hora del turno de Sanborns y entrábamos a expropiar libros.
Lo hacíamos regularmente, cada semana al menos.
Después M pronunció un verdad que no conocía:
"Cada libro robado es un libro maldito".
La maldición consistía en que ese libro robado jamás sería leído en su totalidad. 
Sería un libro comenzado a leer pero siempre existiría un factor que nos impediría terminar la lectura.

Después de M, siguió Frederik.
Fue con él con quien compartí la expropiación de libros heredada por M.
Pero F tenía carro así que hicimos una ruta de Sanborns.
Comenzábamos en División del norte: Sanborns glorieta del Riviera, Sanborns Miguel Ángel de Quevedo esquina División, Sanborns Centro de Coyoacán, Sanborns Altavista y como remate Sanborns Plaza Loreto.
En ese entonces fueron los libros de Houellebecq. Fueron los libros de Raymond Queneau, fue Virginia Woolf, fue Freud, el Quijote, George Orwell.
La consigna después de cada robo era vencer la maldición.
Un madrugada… no recuerdo por qué, después de una ruta completa, ya estaba en mi casa, con el botín, había leído por horas tratando de eliminar toda huella de maldición. Di varias vueltas sin conciliar el sueño hasta que le envié un mensaje a F.
I: No puedo dormir.
F: Tengo una idea.
I: Qué.
F: Cuenta todos los Sanborns que conoces y que no hayas robado aún.


¿Predisposición genética o motu proprio?

lunes, 16 de junio de 2014

predisposición genética

En mi casa materna hay un salero y un pimentero, todos conocemos su origen. Por ahí de 1990, mi mamá celebró su cumpleaños número 30 en Nueva York, y regresó con ellos. Son sus favoritos y están presentes en las reuniones más "elegantes". Pero no los compró en ninguno tienda, los robó...
Los controles en los aeropuertos no eran tan rigurosos, logró cruzar la frontera con un par de botes llenos.
En los años subsecuentes, robó algunos otros de distintos lugares. Descubrió su objeto y lo fácil que resultaba robarlos: envolverlos en una servilleta y echarlos a la bolsa. Nadie se daba cuenta, nadie sospechaba, a nadie le harían falta.

Quizás es algo genético, hace unos meses descubrí que yo también tengo mi objeto.

En mi adolescencia robé algunas cosas, nada grave: dulces y cocas en el Oxxo de al lado de mi escuela. Robar representaba una emoción, era tener lo que querías sin tener que pagar por ello, y sin consecuencias (si tenías suerte). Qué mejor para un adolescente que descubrir ese poder, sumado a la adrenalina por la posibilidad de ser descubierto. La moral quedaba en un segundo plano.

Dejé de hacerlo hace mucho...
Las cosas se reactivó así: hace un par de meses fui a Nueva York.
Sí, tuve ganas de robar todo, todo es tan caro y tan bonito... No lo hice, fue un anhelo que mi moral suprimió enseguida. Lo que sí hice fue comprar un par de vasos vintage, hermosos, uno verde y uno transparente. Un conjunto perfecto. Hice la maleta y los protegí perfectamente, tenían que llegar sanos y salvos a México. Después de un viaje largo, con dos escalas mortales y una espera inhumana, llegaron bien. No podía dejar de verlos, me parecían los objetos más hermosos que jamás había tenido. Me reconocía el buen gusto y lo consideraba un gasto justificado.

Al llegar a casa, puse todas las compras sobre una mesa y se quedaron ahí por unos días. Esa semana, moví muebles y en un mal giro... tiré una de mis preciadas adquisiciones. Se hizo añicos y quedó irreconocible. Lamenté no haber tenido más cuidado, haber comprado dos pares o un repuesto. No había nada por hacer, lo sabía. Ahí empezó mi nuevo fetiche.

Desde ese día, me  he dedicado a buscar vasos pequeños en todos lados. Cuando encuentro alguno que me gusta, lo compro. Si no está a la venta, como pasa muchas veces, lo robo. Recurro a la vieja técnica familiar: cuando nadie está mirando, lo envuelvo en una servilleta y lo deslizo hasta mi bolsa. Ya tengo una colección considerable, estoy intentando cubrir el vacío, le busco compañía al sobreviviente.

martes, 10 de junio de 2014

datos inútiles

Hace mucho que no tenía que leer ningún libro por encargo. 
Pero esta semana he comenzado a leer un libro que habla sobre la Biblioteca José Vasconcelos de Jorge Von Ziegler.
Nunca lo hubiera leído y ahora que apenas llevo un par de cuartillas me doy cuenta que es una especie de biografía de la historia de las bibliotecas en México. 
En 1895 se llevó a cabo el primer censo de población. 
Ahí se reveló que 86 de cada 100 mexicanos no sabían leer. 
Existían un total de 20 bibliotecas públicas en todo el país. Y los gobernadores se oponían a la apertura de nuevas bibliotecas porque no eran necesarias. El argumento hoy en día sigue siendo el mismo: no se necesitan bibliotecas. La Biblioteca Vasconcelos que abrió durante el sexenio de Fox también tuvo críticas sobre su apertura. No era necesaria y mucho menos en una zona marginada como Santa María la Rivera o la colonia Guerrero. Hoy en día esta biblioteca recibe a 2000 personas diarias sólo de diez de la mañana a dos de la tarde, en el transcurso del día hay cerca de 7000 personas.
Cierro un momento el libro. 
Tiene como título "La columna rota". 
Una columna rota es símbolo del non plus ultra, no más allá.
¿Qué quiere decir una biografía sobre bibliotecas? 
La pregunta que sigue es la que todos los historiadores se hacen alguna vez en la vida: 
¿de qué sirve saber estos datos? 
¿Sirve realmente de algo saber la historia de las bibliotecas? 
Últimamente pienso que hay muchos libros que sirven para hacer otros libros, es decir, que sirven sólo en la medida en la que existen investigaciones que necesitan de esos datos para respaldar otras historias. 
Después no sé para qué más puedan servir. 
Me sirve a mí para poder hablar con un grupo de personas y contarles la historia de la biblioteca en la que están parados. 
Después quizá a nadie le importe.

lunes, 9 de junio de 2014

leer ajeno

He desarrollado la habilidad de leer sin compromiso alguno, terminar novelas enteras en menos de 24 horas. A la par, he desarrollado también la habilidad de olvidarme de ellas al paso de los días.
Recupero sólo las estructuras narrativas y los personajes, lo más general e inmediato. Borro el resto.

La lectura vuelve a ser, de muchas formas, para un uso particular: laboral y pragmático.
Leo libros que jamás escogería, autores que no respeto y temas que no son de mi interés. Los explico en sí mismos, mientras rompo con mis propios criterios estéticos. 
Lo "bueno" se explica con otras reglas, no con las mías.
La lectura pierde su calidad cuasi religiosa para convertirse en un asunto operativo, un trabajo técnico.
Presto mis servicios para una causa en la que no creo. Formas de trabajo esclavo.