martes, 8 de septiembre de 2015

I.
Conocí a Idalia Sautto hace muchos años, no sé cuántos.
Me gustaba cómo se leía su nombre.
Ayer dije que la conocí cuando todavía no alcanzaba el timbre. Es mentira, yo era la que no lo alcanzaba.
No sé muy bien cuándo se puede decir que conocemos a alguien.
Yo vi a I muchas veces en los pasillos de la Facultad y en algunos salones de clases.
I me saludaba de lejos y yo siempre dudaba que ese saludo estuviera dirigido a mí.
No recordaba haberla conocido, aunque quizá conocer a alguien signifique verlo siempre.
Hablamos largo y tendido un jueves por la noche, éramos las únicas dos mujeres en una clase que terminaba a las 9 de la noche.
Me contó poco de ella, pero dejamos algunos cabos sueltos. Con ello, la posibilidad de atarlos en otro encuentro.
No estoy segura de cuándo nos conocimos en un sentido más profundo, siempre sentí que me ocultaba la mayoría de las cosas de su vida.
Empecé a saludarla sabiendo que el saludo era para mí.

II.
Quizás la conocí mejor una mañana en la que fui a tomar mimosas y a tejer en su casa.
Me envío un mail para invitarme, ahí se refería a mí como "María Fernanda", su seriedad me asustaba.
Tuve la sensación de que sería un encuentro muy formal, y lo fue.
Yo tejí fatal, el grupo estaba formado por expertas. Contrario a la regla, apreté el estambre morado tan fuerte como pude.
De ahí en adelante, fui invitada a todas sus reuniones y cumpleaños. Siempre con un dejo de formalidad y una pequeña plática sobre nuestros temas en común.
Supe que la conocía cuando la sorprendí bailando en el Salón Veracruz. Me hizo algunas confesiones que no se le hacen a cualquiera. Ahí supe que éramos amigas.

En adelante, fui testigo de su vida desde lejos. Me sorprendía el hecho de que llevara la vida que llevaba. Era siempre mi ejemplo para decir que el amor no tenía edades, también fue mi ejemplo para saber que cualquier amor fracasa. Las razones, miles.

III.
Supe que la conocía cuando me citó en Cluny.
Llegó con su bolsa de gatitos y se tomó un par de copas de vino. Para mí era una señora.
El recuerdo de la confesión que me hizo en la pista de baile, me hacia pensar en ella como alguien sólo unos años mayor que yo.
Un recordatorio de que no existía tanta distancia entre nosotros.
Esa noche me confesó más cosas. Supe que después de los 25 años todos somos iguales y sentimos más o menos las mismas cosas.

IV.
Hace un par de años seguí de cerca su separación.
Un día después de la primavera, visité su casa en República de Cuba.
Su nueva vida se convirtió en un hecho.
Cada revelación me coloca en un nivel distinto de la amistad con I.
Nuestras vivencias recientes se han dado en paralelo.
Hacen que una sea la extensión de la otra.
Yo soy, casi siempre, la parte racional en la relación de m: i.
Ella es la visceral, la que decide que no hay que pensarlo demasiado.

V.
La desconozco cuando se mimetiza con universos ajenos, pero sé que siempre vendrá a confesarse conmigo.
Si la regaño, bajará los ojos y cambiará de tema.
Los secretos guardados son nuestra forma de conocernos.

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